Rencor “Resentimiento arraigado y tenaz”.

 Columna semanal del P. Maxi Turri.

Así lo define el diccionario a la palabra rencor. Y a la palabra resentimiento la define algo así como el efecto de estar resentido.

No pretendo en este texto hacer una descripción sobre semiótica. Sino que es el intento de reflexionar sobre este sentimiento tan “venenoso”.

Por dentro de nuestro corazón corren, además de todo el intercambio sanguíneo, sentimientos. Emociones que nos hacen vibrar y sentir una fuerza interior que no se explica con métodos científicos.

Somos hijos de una sociedad que ha reducido el obrar humano sólo a una cuestión del pensamiento.

Decimos con frescura que solamente existe lo que se puede medir, pesar o tocar.

Todo tiene que ser ordenado y previsto por lo que las ideas han determinado o por las conclusiones a las que se ha llegado, a través de las mismas… Nos hemos olvidado de lo que sentimos.

¡Como si eso se pudiera manejar con el pensamiento!

¿Como si el amor se lo pudiera medir o como si el amor fuera una “construcción” de nuestra idea y no se lo padeciera o disfrutara?

Es lo mismo que querer decirle al corazón que no sienta atracción por ser amado o por amar. Un sinsentido.

Así sucede con el rencor. Es esa fuerza interior, que brota desde lo más profundo de nosotros mismos y que de alguna manera nos gobierna.

Es no poder liberarse de esa cárcel que es la atadura con el pasado. Sí, el rencor se deposita en un acontecimiento que trascurrió en otro momento. Y que nos sigue doliendo.

Siempre está relacionado con el amor. Ya que sería su contrapartida, o su herida, para llamarlo de alguna manera.

Quien tiene rencor por alguien está manifestando que ha amado o quiere ser amado y que no han sabido corresponder a ese amor.

El rencor, como sentimiento personal y profundo, se traslada a la vida social. No queda encerrado en el mundo interior. Se hace expreso en las relaciones cotidianas; que se van traduciendo en

gestos de indiferencia y de menosprecio para con todos aquellos que nos toca compartir la vida.

Cuando a esa relación de dependencia, de necesidad, no se ha correspondido con el mismo amor brota ese sentimiento.

Si extendemos esta experiencia personal a las relaciones con las demás personas queda más claro de las consecuencias que estamos hablamos. En el caso de una persona en menores condiciones, en menores capacidades, cuando no se puede o no se sabe, se es más débil, más necesitado.

Quien no pasa por eso nunca tiene que hacer sentir “menos” al que está en desventaja o aprovecharse de la ocasión. Porque lo único que se genera con eso es mayor resentimiento, mayor distancia, menos encuentro.

¡Cuánto necesita nuestra sociedad de espacios de encuentro!, donde podamos darnos cuenta de que no podemos vivir más acentuando lo que nos separa, lo que nos divide, lo que nos hace sufrir. Necesitamos buscar caminos de encuentro y de unidad, donde podamos sanar las heridas que nos hemos producido en el camino de la vida.

Quien más puede, más sabe; más tiene siempre esta posibilidad de acortar las distancias. No en acentuar las diferencias.

Por otro lado tenemos que asumir, cada uno de manera personal y de manera común, que no sabemos amar realmente.

Que somos analfabetos afectivos.

No sabemos cómo amar y por eso vamos mendigando dosis de amor. Y que al no hallarla, quedamos bloqueados por esa falta de respuesta. Es cierto también que ponemos demasiadas expectativas en lo que el otro es o puede. Y por eso nos desilusionamos rápidamente.

¿Cuánto del rencor tiene que ver con que se esperaba más de lo que el otro podía dar? ¿Cuánto se exige en el amor y cuanto se espera, sin descubrir hasta dónde el otro es capaz de poder hacerlo?

¡Cuán sano es amar al otro con lo que es y con lo que puede! De la misma manera con lo que no será y con lo que nunca podrá.

Querido lector, después de estas líneas balbuceando ideas sobre este tema, quería invitarte a que podamos juntos mirar el corazón de Jesucristo.

Él es el modelo del amor, porque su entrega carece de rencor. Porque ante la no correspondencia, ante la falta de amor no devuelta, ante la negativa de responder a su amor ofrecido, sigue amando.

Eso es nuestra seguridad. Porque sabemos que en Él no hay reclamos, más que ofrecernos su felicidad. Y su felicidad, es en parte, liberarnos de aquél veneno que nos enferma, del “resentimiento arraigado y tenaz”.

¡Que tengas una hermosa semana!

¡Hasta la próxima!

Compartir este artículo