El Papa llamó a los cristianos a no estar “de brazos cruzados” frente a las desigualdades sociales.
“El grito de los pobres es cada día más fuerte pero también menos escuchado, sofocado por el estruendo de unos pocos ricos, que son cada vez menos pero más ricos”, remarcó al celebrar este domingo la misa en ocasión de la II Jornada Mundial de los Pobres en la Basílica de San Pedro.
Tras la misa, Jorge Bergoglio invitó a un grupo de más de 1.500 pobres de toda Italia a un almuerzo en el Aula Pablo VI del Vaticano, donde comió junto a ellos un menú en base a lasagna, pollo con puré y tiramisú, preparado por el personal del hotel Hilton de Roma.
“Que Dios nos bendiga nuestras intenciones y nos ayude a salir adelante”, pidió el pontífice antes de iniciar la comida. Luego, cada uno de los invitados se llevó de regalo una bolsa con varias pastas típicas italianas.
Antes, había enumerado durante la misa que “el grito de los pobres es el grito ahogado de los niños que no pueden venir a la luz, de los pequeños que sufren hambre, de chicos acostumbrados al estruendo de las bombas en lugar del alegre alboroto de los juegos”.
“Es el grito de los ancianos descartados y abandonados. Es el grito de quienes se enfrentan a las tormentas de la vida sin una presencia amiga. Es el grito de quienes deben huir, dejando la casa y la tierra sin la certeza de un lugar de llegada”, planteó.
El Papa llamó a atender la situación “de poblaciones enteras, privadas también de los enormes recursos naturales de que disponen. Es el grito de tantos Lázaros que lloran, mientras que unos pocos epulones banquetean con lo que en justicia corresponde a todos”.
Además, en lo que pareció un mensaje para los sectores conservadores críticos de su magisterio, advirtió que ocuparse de los pobres “no es la moda de un pontificado, sino una exigencia teológica”.
“La injusticia es la raíz perversa de la pobreza”, sentenció, ante unas 5.000 personas en dificultades que llenaron la basílica vaticana.
“Ante la dignidad humana pisoteada, a menudo uno permanece con los brazos cruzados o con los brazos caídos, impotentes ante la fuerza oscura del mal. Pero el cristiano no puede estar con los brazos cruzados, indiferente, o con los brazos caídos”, subrayó.