VISTA DESDE LA PUNTA DEL OBELISCO, LA CIUDAD FLUYE ORDENADAMENTE Y PARECE NO HABER RAZONES PARA PONERSE NERVIOSO CIRCULANDO POR SUS AVENIDAS, CALLES Y VEREDAS; EL TRÁFICO PARECE ORQUESTADO POR LOS SEMÁFOROS Y LOS MOTORES Y BOCINAS SON UN LEVE SONIDO DE FONDO
Para llegar a la punta del monumento porteño más famoso -que tiene en total 67,5 metros de altura- hay que subir una escalera marinera de 206 escalones, siempre provistos de arneses, para estar seguros de no caer al vacío ante un posible traspié; afortunadamente, hay siete descansos en los que se puede recuperar el aliento.
Por dentro, el Obelisco es una estructura gris, vacía y angosta iluminada sólo artificialmente; allí retumban las vibraciones de los subtes que pasan por 9 de Julio y Corrientes, y en la cúspide no caben más de cinco o seis personas.
Sin embargo, el esfuerzo vale la pena, sobre todo para los amantes de la ciudad, que descubrirán una nueva y única postal de Buenos Aires y reconocerán desde lo alto los lugares donde transcurre la vida cotidiana.
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