Este ícono chino, esconde una historia de defensa militar y estrategia política entre los emperadores y los “bárbaros”.
China, el país más poblado del mundo, cuenta con un vasto territorio con características muy diversas. Ubicado a más 18 mil kilómetros de Buenos Aires, esta potencia siempre despierta curiosidad por su cultura y tradiciones. Pero también por los exóticos y variados paisajes.
En el norte se encuentra su popular desierto del Gobi, uno de los más grandes del planeta que antiguamente perteneció al Imperio mongol. O el de Taklamakán con sus enormes dunas. Al sur del país, en tanto, se concentran un elevado número de bosques tropicales que se extienden hasta el Himalaya. Aunque las miradas del mundo siempre estuvieron apuntadas a la Gran Muralla, patrimonio de la humanidad desde 1987, y que supo trascender fronteras desde siempre.
Con casi 20 millones de visitas anuales, sus leyendas plasmadas en esas piedras hacen que los viajeros que llegan hasta este país no quieran perderse la sensación de caminar en parte de ella. Solo en parte porque la “muralla larga”, como lo llaman los chinos, serpentea sobre las montañas, pero tiene tramos no habilitados. Es que en un pasado, en los inicios, no fue una muralla, sino varias, con tramos inconexos. Justamente su recorrido serpenteante se ha asociado su imagen a la de un enorme dragón, el símbolo de la monarquía imperial en China.
La historia se remonta al año 215 a. C, cuando el país estaba bajo el mando de su primer emperador, Qin Shi Huangdi, a quien se le atribuye el mérito de haber ordenado la construcción de la primera Gran Muralla. En realidad, de una parte de lo que hoy se conoce. La idea era crear una línea defensiva contra los nómadas de las estepas del norte, que amenazan con sus incursiones al Imperio.
Hay sectores de la muralla que no están muy bien conservados. (Xinhua)
Sin embargo, el emperador no fue original. Ante la desesperación por los ataques, mandó edificar murallas a las ya existentes para así ampliar el “escudo protector”. El objetivo final era que tenga una longitud total de 5.000 kilómetros. Y para lograrlo, no importaba el mientras tanto ni cuánta gente quedaba en el camino.
Dice la leyenda, que el odiado Qin Shi Huangdi, empleó a un millón de personas, entre soldados y campesinos obligados a dejar sus tierras. Muchos dejaron su vida en ese duro trabajo. No había forma de decir que no. La mano dura que aplicó el Soberano castigaba con duras penas a quienes cometían una infracción a la ley. Esas condenas se pagaban con trabajo en la muralla.
La mano de los Ming
Si bien Qin fue derrocado en 206 a. C., dinastías posteriores continuarían su labor reparando o extendiendo la Gran Muralla e incluso alterando el circuito original. Sin embargo, no será hasta un milenio y medio más tarde cuando esta imponente línea defensiva cobre de nuevo especial relevancia. Los verdaderos artífices, en realidad de lo que hoy es un ícono mundial, fueron Ming, que estuvieron en el poder del siglo XIV al XVII.
La muralla de los Ming se extiende desde Shanghaiguan, al borde del golfo de Bohai, en la costa oriental del país, hasta Jiayuguan, fortaleza que pone punto final a la histórica defensa, ya en las zonas desérticas de la provincia de Gansu. En total, recorre 6.000 kilómetros de territorio chino.
La celebración del Día de Año Nuevo en la Gran Muralla. (Agencia Xinhua)
En la parte central y oriental, que es la más importante, la altura de las murallas alcanza casi los 10 metros. Cada 800 metros aproximadamente se alzan unas torres de guardia, y en diversos puntos a lo largo de la Gran Muralla figuran fortificaciones, habitadas por unidades militares que se encargaban de prevenir ataques enemigos y frenar cualquier intento de invasión.
En las torres de defensa se alojaba una guarnición de entre 30 y 50 hombres, que servía en turnos de cuatro meses. Los soldados vivían en la misma torre, donde guardaban sus pertrechos y alimentos. Estas construcciones eran, en realidad, pequeños castillos que podían resistir asedios prolongados.
Los Ming, que a diferencia de tiempos más pasados veían amenazas desde diversas regiones y no sólo del norte del país, tenían como principales enemigos a los mongoles, que habían dominado durante casi un siglo el trono del país. Es por eso que llevaron a cabo campañas militares más allá de sus fronteras para prevenir las ofensivas y extender las fronteras del Imperio. Pero la ampliación de la muralla nunca fue sólo por cuestiones defensivas, sino también entraron en juego las razones políticas. Y claro, la imagen que eso le daba al mundo: la frontera entre “la civilización” y la “barbarie”.
Los gastos imperiales sin freno, sobre todo los militares debido a las ofensivas feroces de mongoles y otros pueblos nómadas, hicieron entrar en crisis terminal la dinastía Ming. Hacia el 1600 ya no había vuelta atrás. Fueron los manchúes, que descienden del pueblo yurchen, quienes cruzaron sin problemas la Gran Muralla para aplastar una rebelión contra el Soberano en Pekín. Pero no tenían intención de marcharse de allí. Se iban a quedar con el trono para dar nacimiento a la última dinastía china: la de los Qing.
El gran muro que durante siglos conjuró todos los peligros procedentes del norte acabó perdiendo su significado y su función, y dejó de crecer tras haber alcanzado más de 20.000 kilómetros de longitud. Aunque muchos tramos están en un estado tan ruinoso, que si se descuentan ronda los 9.000 kilómetros. Hoy, carece de la utilidad militar del pasado y ya no es objetivo de los “bárbaros”, sino del turismo. Los chinos, en cualquier caso, muestran su orgullo por la capacidad de sus antepasados de levantar semejante obra magna, olvidando a menudo el dolor que provocó en ellos.
Las secciones más cercanas a la capital china, como Jinshanling, Mutianyu o Badaling, son las que más viajeros reciben cada año. El área de Badaling, la parte restaurada, se ha visto sometida a un desarrollo urbano sin precedentes, con restaurantes, hoteles, un teleférico y una autopista que conecta el centro de Beijing con el enclave turístico.
(DIB)