En el año 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humano. En sus 30 artículos y un preámbulo abre el amplio abanico humano: derechos de orden civil, político, social, económico y cultural.
Noche de los Tiempos, primera escena de Odisea del Espacio 2001, el film clave de Stanley Kubrick sobre el origen y el destino de la Humanidad. Un simio descubre, entre un montón de huesos, uno que se asemeja a una maza. Lo empuña, alza el brazo, y lo descarga contra los otros huesos hasta hacerlos pedazos.
El simio, ese padre ancestral del Hombre, ha descubierto un arma y el modo de matar… El más sombrío de los leitmotiv de la historia del Homo Sapiens.
El 10 de diciembre de 1948 –195.000 años después de la aparición del Homo Sapiens–, en París, Eleanor Roosevelt, viuda de Franklin Delano Roosevelt desde 1945, también tiene un arma entre las manos: la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El arma largamente discutida y elaborada no para fundar el Paraíso Terrenal: para demostrar, al menos en parte, que el Hombre no es el lobo del Hombre, refutando la teoría del Thomas Hobbes (1588–1679).
El Documento adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas –Resolución 217 A III–, contiene 30 artículos considerados básicos a partir de la Carta de San Francisco –26 de junio de 1945–, y sus pactos son tratados internacionales que obligan a los Estados a cumplirlos.
No fue fácil llegar a ese acuerdo universal. Recién en el siglo XVII hay declaraciones explícitas sobre la idea del derecho natural.
En 1679, Inglaterra instala en su constitución la Habeas Corpus Act (ley de hábeas corpus), y en 1689 la Bill of Rights (declaración de derechos).
En Francia (1789) se publica la Declaración de los derechos del Hombre y el Ciudadano… pero no antes de los fuegos y la sangre de la Revolución.
Recién el 25 de septiembre de 1926, en Ginebra, la Sociedad de Naciones declara ilegal ¡la esclavitud! (Nota: en las Provincias Unidas del Río de la Plata, la Asamblea de 1813 abolió los instrumentos de tortura y proclamó la libertad de vientres de las esclavas: sus hijos nacían libres).
La misma Sociedad de Naciones, al terminar la hecatombe 1914–1918, impulsó los tratados de Ginebra sobre la seguridad, el respeto y los derechos mínimos de los prisioneros de guerra.