Ese Víctor Manuel, al que todos conocían como Vitillo, fue uno de los mejores links que las juventudes
La clave de Vitillo Abalos para llegar a los 97 años fue mirarse, cada día de su vida, en su propia historia, y rejuvenecer en el presente. Subir a un escenario, tomar un micrófono y repetir casi como un mantra el hecho de ser el penúltimo de cinco hermanos: “Por orden de la cigüeña – le gustaba decir-, Machingo, Adolfo, Roberto, Vitillo y Machaco”. Y contar que en 1939 Los Hermanos Abalos comenzaron a difundir la música de raíz folclórica; una vocación que se extendió durante seis décadas. El hecho de rejuvenecer tiene que ver con que luego de sus introducciones apoyaba el pie izquierdo sobre una banqueta, se colgaba el bombo y se ponía a tocar chacareras. Y también las bailaba. Porque incluso hasta en sus últimas actuaciones zapateaba simples, dobles y truncas o agitaba zambas con un pañuelo.
Ese Víctor Manuel, al que todos conocían como Vitillo, fue uno de los mejores links que las juventudes de los últimos veinte años tuvieron con la historia de la música tradicional argentina. A pesar de que mantuvo un perfil bajo al lado de la figura de su hermano Adolfo (un pianista físicamente pequeño, musicalmente inmenso) encontró la manera de llamar la atención. Especialmente desde que en 1998 creó su espectáculo El Patio de Vitillo Abalos, que fue un punto de referencia para gente de su generación o de las posteriores que se criaron en los años dorados del folclore, y un imán para los músicos más jóvenes.
Hace algunos años, no había folclorista que no quisiera subir a un escenario donde estuviera Vitillo: para un set en vivo o compartir la grabación de un tema con él, para un disco, para un programa de radio, para un especial de televisión. Tal vez si Adolfo fue el genio y la inspiración que dio nacimiento a melodías inolvidables del repertorio folclórico de los Hermanos Abalos (“Chacarera del rancho”, “Nostalgias santiagueñas” o “Agitando pañuelos”) Vitillo fue el corazón de bombo del grupo.
Su muerte, hace algunas horas, si bien estaba anunciada por el deterioro de su salud y su longevidad, pone fin a una dinastía musical y a una escuela de música. Porque el hecho de que Vitillo fuera, siendo un niño, integrante de la compañía infantil de don Andrés Chazarreta –uno de los mayores difusores que tuvieron las danzas y la música nativas–, marcó en su vida un destino unívoco de docencia y de transmisión de cultura popular.
A su vez, eso no le impidió compartir escenarios con músicos como Raly Barrionuevo o su sobrino nieto Juan Gigena Abalos, que está en la vanguardia del procesamiento sonoro de guitarras y sampleos. Todo eso -tradición y evolución- Vitillo lo asumía con total naturalidad y alegría.
El día que Vitillo cumplió 90 fui a verlo a su casa para saludarlo y conversar. Cuando volví a la redacción de La Nacion escribí esto: Desde los secretos del buen locro que preparaba su madre hasta un amanecer en Japón, todo puede entrar en esos recuerdos que despliega en una charla el único integrante que queda en esta tierra de Los Hermanos Abalos, quinteto que estuvo en actividad durante 60 años, y gracias al que tantos argentinos aprendieron a bailar folklore. Lo llamativo es que Vitillo no sólo vive de recuerdos. Podría “trabajar” de ser leyenda viva de las tradiciones argentinas. Sin embargo, a los 90, hace su programa en Radio Nacional El patio de Vitillo Abalos, dos veces por semana; grabó escenas para un videoclip de Roger Waters; participa en los conciertos de Raly Barrionuevo, o de otros músicos de las más nuevas camadas; se toma un avión a Santiago del Estero para el gran festejo de cumpleaños que le prepararon; se jacta de su buena vista, aprobada la última vez que renovó el registro de conducir.
Según informa La nacion la vitalidad también convivía con la nostalgia y cierta soledad, aunque siempre estuviera rodeado de gente. Cuando le pregunté si, ya en ese momento (siete años atrás), se sentía solo al ser el último de los Hermanos Abalos en esta tierra, me respondió: “Ni lo dude. Sabemos que la vida es así. Los extraño enormemente. Y a veces me pasa de sentirlos, como si tuviera un ojo en la nuca. Ahí me quedo quietito y pego una respirada que me llega hasta el talón. De golpe aparecen”.