-Con pedido de publicación por Verónica Meo Laos-
Quien esto escribe caminó junto a la gente que participó de la marcha pidiendo por el esclarecimiento del crimen de Claudio Javier Ayuso. Un grito acompañado de decenas y decenas de aplausos que, a medida que avanzábamos por las calles del centro a contramano y esquivando los autos, fue convirtiéndose en un reclamo unánime empapado por una llovizna que no menguaba pero que tampoco acobardó a la numerosa multitud que fue creciendo a medida que la procesión espontánea y sin banderas reclamaba en un coro desesperado: “Justicia”.
Los sentimientos encontrados, la atmósfera enrarecida por el desconcierto y la incredulidad ante la monstruosidad humana se amalgamaron en un único dolor, el de una madre y su familia ante la crueldad de un crimen de aristas horrorosas. Pero la incredulidad se volvió perturbadora cuando el rostro de esa familia segada por el asesinato de un hijo fue el espejo deformante que devuelve el peor rostro de lo social: el rostro del desamparo.
“Para no olvidar lo frágiles que somos / Una y otra vez la lluvia caerá / Como las lágrimas de una estrella/ Como las lágrimas de una estrella / Una y otra vez la lluvia dirá / Qué frágiles somos”.
Como en los versos de Fragilidad, la canción de Sting, el crimen de Ayuso sacudió la calma chicha de los vecinos de Dolores y puso al descubierto que, la delgada línea que une la sociedad a esa idea de comunidad imaginada, se hizo trizas contra un presente donde es difícil hallar palabras para dar cuenta de lo inexplicable de un crimen espeluznante.
Ni el desprestigio de voces oficiales, ni el aparente desinterés de una población ocupada en sus propios asuntos, ni siquiera la lluvia de un invierno indeciso y sorpresivo, pudo frenar las masivas voces pidiendo justicia. Porque la muerte de un joven es una herida lascerante en la trama de lo social y golpea en el corazón de esa imagen de un Dolores “donde nos conocemos todos”.
Porque en el cuerpo de Claudio Ayuso se perpetró no sólo la atrocidad de un crimen cuyos detalles morbosos prefiero eludir, sino que sobre él se desplomó como un sablazo la desidia y la negligencia de un aparato estatal anémico e ineficiente.
Con impotencia la ciudadanía pudo comprobar que la cortina de humo de la presencia abultada de uniformados en diferentes gamas de azules y chalecos anaranjados es sólo eso, un simulacro. Y este caso dejó al descubierto también la desprotección generalizada en la que todos nos encontramos. Desprotección, desamparo, vulnerabilidad y su contracara, la impunidad para cometer cualquier tipo de delito, hasta el más atroz, en plena calle, en una ciudad atiborrada de policías.
Esta es la hora en que se caen al suelo todos los eslóganes de campaña. Donde “El mejor lugar para vivir”, el “Juntos sigamos construyendo futuro” o un “Empecemos ya” duelen en el alma porque resuenan a muecas de un presente macabro con instutuciones ausentes.
Pero en medio de tanto dolor, la voz de la gente común salió a la calle. Y numerosas voces otras aplaudieron desde las puertas de los comercios del centro o acompañaron en silencio desde sus automóviles en el medio de un embotellamiento forzoso que en ningún momento despertó reclamos intemperantes o bocinazos en rechazo.
El sociólogo norteamericano Charles Wright Mills denomina “imaginación sociológica” a la herramienta que nos permite pasar de un hecho individual a un problema social. La marcha del jueves pasado en reclamo del esclarecimiento del crimen de Claudio Ayuso está diciendo muchas cosas, quizás la más importante, es que también Dolores es parte, desde hace tiempo, de la
sociedad del riesgo que define el sociólogo Ulrich Beck. Por qué no habría se serlo. Ahora bien, qué hacemos con ello como sociedad. Entrecerramos los ojos y hacemos como si nada hubiera pasado o nos apaciguamos creyendo que se trató de un hecho aislado y no el emergente de una trama de hechos sociales vinculados entre sí que puede conducir hacia otros lugares que, en un primer momento, parecen no tener relación y que, sin embargo, podrían tenerla.
Estas y otras preguntas las irá develando el accionar ecuánime e independiente de la Justicia. Mientras tanto, nosotros como sociedad, hemos dado un gran paso: abandonamos la indiferencia.
“La lluvia del mañana lavará las manchas / Pero algo en nuestras mentes siempre permanecerá / Tal vez este acto final significó zanjar la discusión de toda una vida / Que nada viene de la violencia(…)”.