– Columna semanal del P. Maxi Turri –
El padre Vicente Martínez Torrens, sacerdote de Río Negro. Acompañó las trincheras en la guerra de Malvinas.
Durante el tiempo que duró el conflicto bélico, supo estar cercano a las tropas que aguardaban la avanzada del enemigo. En los llamados “pozos de zorro”; esas precarias construcciones que cada soldado cavó con sus manos para protegerse del viento y de los bombardeos que sufrirían.
En su libro, que recoge sus escritos diarios, y que se llama “Dios en las trincheras”, podremos recoger ésta anécdota que a continuación les comparto.
Está fechada el día sábado 8 de Mayo de 1982.
Nuestro calendario señala como festividad de Nuestra Señora de Luján, patrona de la República Argentina.
Hemos querido solemnizar este día, en el que por primera en la historia vez celebramos a la Virgen en esta porción de suelo argentino.
En el ya familiar Jeep 243, la Virgen visitó a sus hijos de la compañía del capitán Raúl Sevillano, del capitán Horacio Vlcek y del teniente primero Néstor Montero.
En esta última posición, se reunió también la compañía del teniente primero Macchi. Aquí nos encontrábamos a eso de las 16, la hora del “verdulero” (nota: llamaban así a la hora en la que sufrían ataques aéreos)
Sucedió otro de esos casos que, sin no hay fe, resultan incomprensibles, inexplicables.
La misa llegaba a su fin, cuando sonó la campanilla del teléfono de campaña.
El jefe del regimiento ordenó al telefonista que hiciera callar esa “chicharra”, pues nos encontrábamos en misa. Pero daba la importancia del mensaje que ya había recibido, desoyendo a su jefe, comunicó en voz alta el soldado: “mi teniente coronel, dos Sea Harrier vienen por el oeste a siete millas”.
Impasible el jefe, dueño de sí mismo, levantó su mano hacia la dirección indicada y dijo: “¡Que se detengan! Nosotros, terminada la misa, haremos la procesión; después veremos si les damos permiso para que pasen”. Y con voz de mando agregó: “¡Perdone, padre, prosiga!”
Hasta aquí, nunca en mi vida había tenido un titubeo tan grande. ¿Qué debía prevalecer: fe en Dios, prudencia humana o fuga por miedo? Tres opciones para pocos segundos.
¿Qué hacer? La fuga no podía ser. Mi presencia allí en las Islas era para infundir ánimo. Una desbandada, por prudencia humana, iba a escandalizar a los soldados ante la actitud de fe de su jefe.
Además, interiormente pensé que de ser bombardeados, en la dispersión, era seguro que alguno moriría. Opté por ser creyente: nos abandonamos en las manos de Dios.
Eso sí, hice poner la imagen de María al frente de la procesión, que iniciamos marchando en dirección oeste.
Todos, rosario en mano, la seguimos cantando: “mientras recorres la vida, tú nunca solo estás; contigo por el camino Santa María va…” peregrinamos unos cuatrocientos metros rezando y cantando. Giramos hacia el sur e ingresamos a la pista donde estaba estacionado el jeep. Colocamos la imagen sobre el capó y, con la bendición, dimos por finalizada la procesión.
Varios grupos de soldados posaron para fotografiarse y tener un recuerdo de ese día. ¿Y los Sea Harrier?
Hasta el día de hoy los estamos esperando.
El padre Vicente hoy es un hombre mayor que guarda en su corazón anécdotas como la recién narrada.
Es quién acompaña a los veteranos de guerra en la cruenta post guerra. Esa condición a la que fueron marginados tantos que volvieron de las Islas con la sombra de la derrota.
Porque somos una sociedad que no soporta ni un “segundo puesto” ni mucho menos perder…
Recordar hoy esta anécdota, nos permite descubrir que dentro del mismo contexto de guerra, sobreabundaron ejemplos de hombres impregnados de fe y confianza.
El padre Vicente acompañó a esos hombres en la fe. La fe lo acompañó a él.
Y por eso podemos asegurar que Dios no abandona a sus hijos en las trincheras.
¡Hasta la próxima!