Se habla, se repite, se convoca, se suplica. Llama al intento una y otra vez. Se lo reclama y no se lo sabe aplicar. Se lo demanda y no se lo sabe utilizar. Es el bendito y nunca tan mal logrado “dialogo”.
Sabemos que lo necesitamos, pero no sabemos cómo lograr buenos resultados.
Es por eso que en este día, nos dejamos iluminar por la enseñanza del Papa Francisco, que en el documento “La Alegría del Amor”, nos dio unos puntos interesantes para reflexionar.
Citamos tres párrafos de su enseñanza:
“El diálogo es una forma privilegiada e indispensable de vivir, expresar y madurar el amor en la vida matrimonial y familiar. Pero supone un largo y esforzado aprendizaje. Varones y mujeres, adultos y jóvenes, tienen maneras distintas de comunicarse, usan un lenguaje diferente, se mueven con otros códigos. El modo de preguntar, la forma de responder, el tono utilizado, el momento y muchos factores más, pueden condicionar la comunicación.
Además, siempre es necesario desarrollar algunas actitudes que son expresión de amor y hacen posible el diálogo auténtico.
Darse tiempo, tiempo de calidad, que consiste en escuchar con paciencia y atención, hasta que el otro haya expresado todo lo que necesitaba. Esto requiere la ascesis (el ejercicio) de no empezar a hablar antes del momento adecuado. En lugar de comenzar a dar opiniones o consejos, hay que asegurarse de haber escuchado todo lo que el otro necesita decir. Esto implica hacer un silencio interior para escuchar sin ruidos en el corazón o en la mente: despojarse de toda prisa, dejar a un lado las propias necesidades y urgencias, hacer espacio. Muchas veces uno de los cónyuges no necesita una solución a sus problemas, sino ser escuchado. Tiene que sentir que se ha percibido su pena, su desilusión, su miedo, su ira, su esperanza, su sueño.
Pero son frecuentes, lamentos como estos:
«No me escucha. Cuando parece que lo está haciendo, en realidad está pensando en otra cosa».
«Hablo y siento que está esperando que termine de una vez».
«Cuando hablo intenta cambiar de tema, o me da respuestas rápidas para cerrar la conversación».
Desarrollar el hábito de dar importancia real al otro. Se trata de valorar su persona, de reconocer que tiene derecho a existir, a pensar de manera autónoma y a ser feliz. Nunca hay que restarle importancia a lo que diga o reclame, aunque sea necesario expresar el propio punto de vista.
Subyace aquí la convicción de que todos tienen algo que aportar, porque tienen otra experiencia de la vida, porque miran desde otro punto de vista, porque han desarrollado otras preocupaciones y tienen otras habilidades e intuiciones. Es posible reconocer la verdad del otro, el valor de sus preocupaciones más hondas y el trasfondo de lo que dice, incluso detrás de palabras agresivas. Para ello hay que tratar de ponerse en su lugar e interpretar el fondo de su corazón, detectar lo que le apasiona, y tomar esa pasión como punto de partida para profundizar en el diálogo”
Citando al Papa, y descubriendo su aporte, podemos encontrar algunas pistas para que todos podamos aportar a un dialogo constructivo. Que solucione las diferencias y que nos ayude a salir del enfrentamiento que tanto padecemos.
Eso le pedimos a Dios para cada uno, para las familias y para la patria.
¡Hasta la próxima!